2.8.07

Melindres

―Deja ya de jugar y léete tu desayuno. ¡Mira cómo estás!― doña Malocha repetía lo mismo mañana tras mañana. Isolina apenas alzaba sus pequeños ojos para mirarla. A pesar de estar en la adolescencia, sus globos oculares todavía no habían alcanzado su tamaño normal; mucho menos gozaba de una sana miopía.

―Mi niña prácticamente no tiene panza. ¡Pobrecita! ¿Cómo sostendrá los libros cuando lea acostada?

Invariablemente, Isolina soltaba un suspiro y ponía la mirada en otra parte mientras acariciaba con descuido las páginas de su libro. Estiró su cuerpo para desperezarse; casi enseguida tuvo que bajar los brazos ante el eterno llamado de atención de su madre:


―Niña, ¡no enseñes las manos! ¿No te dan vergüenza esas huellas digitales? Todavía si fueras una recién nacida, ¡pero a estas alturas, que todavía no se te hayan borrado! Por favor: léete algo; no quiero que leas lecturas chatarra en la escuela. Luego, a la hora del almuerzo, no te acabas tu libro. Ya me oíste: nada de historietas ni de revistas. Esas son porquerías que no te alimentan.

El tiempo se escurrió entre los correteos y gritos de Dona Malocha. Isolina, su hermana y su papá se levantaron para irse a la escuela y al trabajo. Doña Malocha, entre vencida y atribulada, le puso un librito en la mochila y le dio su bendición:

―Toma, al menos llévate unos cuentecitos de Borges, para que no te desmayes en la escuela.― Isolina le dedicó una sonrisa desganada sólo para hacerle sentir que había cumplido con su deber de madre.

Se fue a la escuela, regresó a su casa, y luego a jugar a la calle. Bueno, eso dijo. En realidad pasaba mucho tiempo sola. Isolina escondía su anorexia literaria en restaurantes y lugares solitarios. Le daba vergüenza tener que satisfacer esa necesidad de su cuerpo; a duras penas soportaba tener que leer para vivir. En secreto, Isolina lee en dosis moderadas: minificciones de Monterroso, el Bestiario de Arreola, algunos haikús de Benedetti y uno que otro poema de Neruda. Los lee con atención, despacio y con pausas, palabra por palabra; no línea por línea como los demás.

Doña Malocha dice que Isolina es melindrosa, pero no sabe que ella calla motivos mucho más enredados que un simple capricho: Isolina quiere ser diferente; quiere ser como algunas personas que se preocupan por el crecimiento de su espíritu y se olvidan de las necesidades de su cuerpo. Quiere ser de los que comen, beben y fornican cada vez que pueden; no como hobbie, sino como actos inspirados en una profunda vocación del alma. Isolina siente que se traiciona a sí misma por esconderse detrás de un secreto. Es muy joven aún: no está lista para ser ella misma; se cree de antemano rechazada. Entre sollozos, Isolina termina de leer el Borges que Doña Malocha le puso en la mochila; pide un enorme trozo de pastel y una malteada de vainilla. Quizá demasiado para alguien de su edad, pero no para ella; no para Isolina que disfruta de las comidas difíciles de entender.

5 comentarios:

  1. Tengo una alumna que se llama así Isolina

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  2. clap clap clap
    es muy bueno chumina
    el asunto de cambiar comida por lectura es genial..
    yo seria algo asi komo lectora compulsiva, aunke ultimamente tengo tantita anorexia literaria por exceso de trabajo.
    1 saludote y gracias x ponerme tan divertido esto

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  3. Anónimo10:37 a.m.

    Hola. Oye... los ojos nunca crecen.... erm... son toda la vida del mismo tamaño...erm.. chao

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  4. Tampoco la gente consume libros para sobrevivir.

    Por algo es un cuento de ficción.

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  5. Anónimo10:14 p.m.

    uuuu! me encantó!! está geniaal :D

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